Final de la aventura

Una luz cegadora me impide ver con claridad a través de la ventana, algo parecido a una alfombra de algodón se extiende bajo mis pies, pero el sol al reflejarse sobre ella hace que su pureza sea resplandeciente, atrás quedan películas trasladadas en su modo mas musical al teatro, reencuentros con lugares y personas a los que realmente aprecio, largas caminatas cruzando canales y esquivando bicicletas y tranvías, mientras los efectos de grandes caladas a excitantes cigarrillos corrían por mis venas, visitas a museos y teatros en los cuales me cantaron incluso operas, ciudades medievales en las que una joven de bronce dejan acariciar su seno a los visitantes del balcón donde, en la ficción, fue cortejada por un adolescente Romeo, casas en las que familias enteras permanecieron escondidas durante años mientras una niña plasmaba lo ocurrido en un diario antes de ser descubiertos por los nazis y trasladarlos a campos de concentración, largas conversaciones tras el humo de un delicioso capuchino acerca de tiempos pasados en los que un grupo de jóvenes se encontró alejados de sus países y su gentes para formar lo que sería una inolvidable gran familia que perdura en la lejanía tanto temporal como física... y esa luz cegadora atravesando la ventana, pronto aterrizaremos en Madrid y esta placentera aventura habrá acabado, dejando un muy buen sabor de boca y las pilas cargadas para afrontar la rutina diaria de una dentadura verde que me atormentará los próximos seis meses, no todo va a ser perfección en una vida que, por suerte, la roza con los dedos.

Besos recargados.